Es un poco raro vivir en un pueblo que
tiene su propio dragón... Bueno, en realidad creo que es más nuestro de lo que
creemos. Apareció un día, cierto es... Pero eso de que venía de otro pueblo,
pues como que no lo tengo claro...
A mí me da que éste viene directamente para
nosotros, por nosotros...
Hay quien teme al fuego que emana de su
boca, hay quien sufre de pavor al ver sus dientes, y también quien tiembla solo
de pensar en sus poderosas zarpas.
A mí me parece, la verdad, que es un
dragón con presencia. Con un saber estar que en otros dragones jamás antes vi,
una seguridad y una confianza en sí mismo que realmente me encandila, me da envidia.
Y creo que eso me asusta más que su fuego: no duda, no hay titubeo alguno en su
actuar.
Los animales mueren entre sus fauces
asumiendo un destino certero. Hay sumisión, no dudan sobre lo que va a pasar:
la sombra del Dragón les gana en fuerza y dimensión, y ellos abrazan su destino
sin prácticamente protestar. En cambio nosotros, cedemos al miedo. Buscamos
donde encerrarnos desando que desaparezca, sin asumir que no va a ser así… Y por no morir elegimos una vida que no vivir:
encerrados en paredes que se ven absurdas para luchar contra el Dragón. Y no
reaccionamos… Nos sentamos a temblar esperando que se solucione todo al soplar
una Amapola o al desearlo al temblar.
Miedos y penas acumulados en el aire, se
respira en color gris y negro y te ahogas, intentando respirar un aire que
desprecias porque te llena de desmotivación.
Y no se puede sucumbir, no podemos
permitirlo más. Cada uno elige su destino y cómo afrontarlo, y yo me cansé de
llorar. No hay sorteos que valgan porque yo elijo mi destino, y ya no veo más
opciones que mirar de frente al miedo y enfrentarme a él.
Y no vale la pena vivir así. Entre
lágrimas, temblores y una inyección de valor me encuentro ante su cueva. No hay
sorteos ni azar, es mi propia decisión. Su inmensidad se hace presente ante mis
ojos, y mis pupilas se dilatan pretendiendo aparentar. Controlo el temblor de
mis piernas y mantengo firme la mirada. Sus ojos se clavan en lo míos y la
ironía de su sonrisa crece con cada respiración. Pasamos así un rato
indefinible y siento como si le robara su valor. Rojo color fuego son sus ojos
que se clavan en mí pretendiendo hacerme arder… Mas no va a ser así: ¡No lo
podrás conseguir!
Y el rojo de su fuego es cada vez menos
intenso, y mantener la mirada ya no resulta costoso, va cobrando ese misterio
que descubro en su sonrisa: camuflada de ironía pero de nervios e incerteza
llena. Ambos teníamos clara mi desventaja imaginaria, y en mis ojos se
cuestiona la realidad de dicha apreciación.
Su presencia no es tan firme, ni la mía
languidece. Ya nada es lo que aparenta, la verdad sobre nosotros se cierne. Su
postura cambia y el dragón empequeñece y justo entonces no es otro que San
Jordi quien aparece…
Inoportuno como siempre anhelando medallas
de ajenas batallas. Blandía ya su lanza y para atacarse se preparaba, sin mirar
y sin fijarse en nada.
¡Para! ¡No es tu batalla! Mantente al margen,
caballero, y no pretendas salvarme de aquello en lo que creo. De mi fuerza, de
mi valor, de derrocar la dictadura del pavor.
Quédate y mira si
lo deseas, y espera que soluciones ésto, que libre mis batallas. Y cuando acabe
con ello podré ser tuya si así lo deseo. Pero no puedes salvarme de mis miedos,
de mis batallas y mis deseos. Esto es mío caballero y con esto y más, puedo…
Si te necesito no dudaré en llamarte, sé
que estás, pero no precipites tus andanzas salvando a quien no se ha perdido.
Espera paciente, caballero, cuando mis batallas libre podré escucharte.
La mirada del Dragón ya no es tan fuerte,
ya casi ni duele. La rabia que lo magnifica desaparece ante mis ojos, por mis
ojos… y cuando al acariciarlo se funde, entiendo qué es lo que quiero: mi vida
en mí, conmigo y por mí. Asumiendo el miedo, cogiendo mi fuerza y dejándome
ayudar, aprendiendo a escuchar.
Es
ahora caballero, cuando te puedo sentir, sin batallas en medio que quieras
librar por mí.
FELIZ DIADA DE... ¿SANT JORDI?
FELIZ DIADA, VUESTRA DIADA
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