Las huellas que dejan tus
parpadeos en la arena no son más que una nueva invitación al viento.
y
lo convierte en el perfecto aliado para esparcir recuerdos: para permitirles
que vuelen lento.
Antes
llenaba de arena mis manos y dejaba en cada granito mi aliento para perpetuar
mi deseo, utilizando el soplido de las nubes para que mi Amor te llegara.
Porque a decírtelo no me atrevo.
ese
muro de cristal que me dejas en herencia, ese velo que desde ancestros veo.
Y si tocarse está mal, si no hace falta... ¿como te acaricio si de ruegos yo nada
entiendo...?
No
vi nunca los besos, los robaba a escondidas cuando no me veía ni el tiempo. y
me decidí a aprender sola las opciones que labios y mejillas ofrecían a una familia.
Lo que tocar un hombro daba a un rostro resquebrajado, el respiro que para él
suponía.
Y lo bellos que suenan los te quietos de los niños a los que les brota de un
corazón sin censura, de un Alma aun sin ruptura.
Estalló
el cajón donde guardaba los abrazos y ya no puedo controlarlos, y algún te
quiero suena incauto que por allí en medio quedó guardado.
Amores
y cariños infiltrados que fueron exigidamente acallados. ¡Prohibido
exteriorizarlos!.
La
generación de los niños no abrazados, apenas tocados... adultos que se sienten
olvidados. Que rechazan tocarse o que en el sexo se pierden.
Llantos
jamás acallados, demandas no escuchadas. Cariño solicitado por carta, que en
correos debió perderse, pues respuestas por llegar se esperan por generaciones
que tras años se declaran hartas.
Que
la terapia te acompañe mientras descubres que mamá no te abrazaba, y que papá
solo trabajaba.
Porque
los libros decían, porque los médicos hablaban, porque al amarlo el niño se malcriaba..
Y en la sala de espera del psiquiatra esperando el prozac huele todo a consecuencias
de tabúes para amar.